El Vacío: Perspectivas sobre su uso en Arquitectura
El vacío en arquitectura no es simplemente la ausencia de materia o un espacio por llenar. Se trata, en cambio, de un elemento compositivo deliberado que conforma la experiencia espacial y moldea nuestra percepción del entorno construido. Desde las grandes catedrales góticas hasta los patios de las viviendas tradicionales, el vacío se ha utilizado como herramienta de diseño para establecer relaciones entre el interior y el exterior, crear jerarquías espaciales y provocar respuestas emocionales específicas.
Hablar de arquitectura únicamente en términos de lo
construido resulta limitado. Los edificios no son solo muros, losas y columnas,
sino también los espacios que estas estructuras delimitan, contienen o
sugieren. El vacío arquitectónico tiene cualidades tangibles: se puede recorrer,
habitar, iluminar y climatizar. Su correcta manipulación es determinante para
el éxito o fracaso de un proyecto arquitectónico.
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Cuando lo que no está define lo que es
Piensa en tu casa por un momento. No recuerdas las paredes
como tales, sino los espacios que delimitan: la sala donde te reúnes con tu
familia, el comedor donde compartes alimentos, la recámara donde descansas. La
arquitectura vive en esos lugares que parecen no tener materialidad, pero que
son perfectamente tangibles en nuestra experiencia cotidiana.
Esta paradoja me resulta fascinante. Construimos con
ladrillos, concreto y acero, pero lo que realmente habitamos es aire. Los
arquitectos pasamos años aprendiendo sobre resistencia de materiales, sistemas
constructivos y detalles técnicos, pero al final lo que diseñamos es,
esencialmente, contenedores de nada. O mejor dicho, de todo lo que importa.
La ciudad contemporánea nos ha acostumbrado a pensar en
términos de aprovechamiento máximo. Cada metro cuadrado debe ser productivo,
rentable, justificable. Hemos heredado de la ciudad industrial esa obsesión por
el llenado total, por la eficiencia espacial llevada al extremo. Los
desarrollos inmobiliarios actuales son expertos en minimizar circulaciones,
reducir áreas comunes y comprimir espacios privados. Todo debe servir para algo
concreto y medible.
Pero hay edificios que resisten esta lógica. Recuerdo la
primera vez que entré a un patio andaluz en pleno verano. El contraste entre el
calor agobiante de la calle y la frescura de ese espacio abierto pero contenido
me dejó desconcertado. Aquel vacío central no "servía" para nada en
términos productivos, pero organizaba toda la vida de la vivienda. Era el
pulmón térmico, el distribuidor natural, el espacio de convivencia y, sobre
todo, el lugar que daba sentido al resto de las habitaciones.
Dialéctica entre masa y ausencia
Los arquitectos modernos del siglo XX entendieron algo que
cambiaría la disciplina para siempre: el espacio es el verdadero protagonista
de la arquitectura. Antes que ellos, durante siglos, los tratados hablaban del
«arte de construir». Después, la conversación giró hacia el «arte del espacio».
Este cambio de enfoque no fue solo semántico, sino que implicó repensar por
completo la forma de proyectar.
Imagina que la arquitectura es como esculpir, pero al revés.
En lugar de añadir material para crear formas, se excava en una masa sólida
para crear espacios habitables. Esta idea, que puede sonar extraña, describe
bastante bien el proceso de pensamiento proyectual. Empiezas con un volumen
potencial y vas sustrayendo, abriendo y conectando hasta que aparece el espacio
que buscabas.
Los planos arquitectónicos antiguos nos enseñan mucho sobre
esto. Si observas un plano de la Roma imperial o de las ciudades árabes
medievales, no destacan tanto los edificios como los espacios vacíos que los
articulan: foros, plazas, patios y calles. Estos espacios negativos estructuran
todo lo demás. Sin ellos, la ciudad sería una masa informe e inhabitable.
En algunos casos, la relación se invierte por completo. Hay
ciudades excavadas donde el vacío no es un residuo de la construcción, sino el
propio acto constructivo. Matmata, en Túnez, es un ejemplo extraordinario.
Allí, las viviendas se excavan directamente en la roca blanda, creando patios
hundidos alrededor de los cuales se organizan las habitaciones. El vacío no
complementa la arquitectura, es la arquitectura.
Respirar entre muros
Una de las cosas que más me interesan del vacío
arquitectónico es su capacidad para regular el ambiente. No hablo solo de
circulaciones o de cómo nos movemos a través de los edificios, sino de algo más
sutil: la atmósfera. El vacío respira, se calienta, se enfría, se ilumina,
resuena. Es un medio activo donde ocurren fenómenos térmicos, acústicos y
lumínicos.
En climas extremos, esta cualidad se vuelve evidente. Los
patios centrales de las casas tradicionales del Medio Oriente o del
Mediterráneo funcionan como reguladores térmicos naturales. Durante el día, el
aire caliente asciende y escapa, mientras que por la noche el aire fresco se
acumula en el patio, enfriando las habitaciones circundantes. No hay tecnología
compleja involucrada, solo una comprensión profunda de cómo se comporta el
vacío.
Los arquitectos contemporáneos estamos redescubriendo estas
estrategias. Frente a la crisis energética y climática, volvemos la mirada
hacia soluciones que no dependen exclusivamente de sistemas mecánicos. Diseñar
con el vacío, permitir que el aire circule, que la luz entre de forma
controlada, que los espacios respiren: estas son herramientas que nunca debimos
olvidar.
Divisiones que no dividen
Hay un elemento que me parece especialmente interesante en
esta discusión: las divisorias. En apariencia, su función es separar y crear
límites, pero las mejores también pueden conectar. Sin embargo, las mejores
divisorias hacen algo más complejo: dividen y conectan al mismo tiempo.
Permiten relaciones visuales, acústicas o lumínicas entre espacios que, en
realidad, están separados.
Piensa, por ejemplo, en una celosía tradicional o en un
biombo japonés. Técnicamente dividen el espacio, pero de una manera porosa y
ambigua. Permiten entrever lo que hay al otro lado, escuchar conversaciones y
ver sombras moverse. Esta ambigüedad espacial enriquece la experiencia
arquitectónica de formas que un muro sólido nunca lograría.
En los proyectos de oficinas contemporáneas, esto cobra
especial relevancia. La necesidad de flexibilidad exige sistemas de división
que puedan reconfigurarse fácilmente. Pero, más allá de lo funcional, estas
particiones móviles permiten jugar con los grados de privacidad, con conexiones
visuales cambiantes y con espacios que se expanden o contraen según las
necesidades del momento.
He visto mamparas que incorporan perforaciones irregulares,
como un queso gruyère en tres dimensiones. Cada abertura tiene una profundidad
diferente; algunas atraviesan completamente el elemento, mientras que otras son
solo hendiduras superficiales. El resultado no es solo decorativo: cada hueco
genera una relación distinta con la luz, las sombras y las vistas. El vacío no
es homogéneo, sino que tiene texturas, profundidades y cualidades específicas.
Más allá de lo funcional
Existe una dimensión del vacío que escapa a cualquier
medición o racionalización. Es la que se experimenta al entrar en una catedral
gótica y perder la mirada en la altura de sus bóvedas. O cuando te paras en el
borde de un acantilado y sientes el vértigo del abismo. No es el vacío
domesticado del patio o la habitación, sino algo que nos sobrepasa y nos hace
sentir pequeños.
Este tipo de vacío no busca ser útil ni confortable. Su
propósito es otro: confrontarnos con algo que excede nuestra escala humana. Los
arquitectos que trabajan con estas experiencias no diseñan espacios
funcionales, sino momentos de asombro, de suspensión temporal, de confrontación
con lo inmenso.
Algunas obras arquitectónicas contemporáneas exploran este
territorio. Edificios con grandes vanos que enmarcan el cielo, patios que
parecen no tener fondo y vacíos verticales que se extienden a lo largo de
múltiples niveles. No se pretende crear espacios útiles, sino momentos en los
que el vacío se manifiesta en toda su inmensidad, en los que dejamos de pensar
en metros cuadrados y programas arquitectónicos para simplemente existir frente
a algo que nos sobrecoge.
El vacío como estrategia proyectual
Cuando diseño, primero pienso en los espacios vacíos y
después en lo que los contiene. Suena contraintuitivo, lo sé. Estamos
acostumbrados a dibujar muros, colocar columnas y definir envolventes. Sin
embargo, si inviertes el proceso y empiezas preguntándote qué espacios
necesitas y cómo deben relacionarse entre sí, las soluciones materiales surgen casi
por sí solas.
Este enfoque implica entender que los espacios vacíos tienen
jerarquía. No todos los espacios son igualmente importantes. Algunos son
lugares de permanencia y otros, de transición. Algunos deben ser amplios, otros
íntimos. Algunos necesitan conectarse visualmente y otros requieren privacidad
total. Diseñar los vacíos consiste en orquestar todas estas relaciones
complejas.
La flexibilidad espacial, tan valorada en la arquitectura
contemporánea, depende fundamentalmente de cómo gestionamos los espacios
vacíos. Un espacio rígido, con funciones fijas, es un espacio donde el vacío se
ha determinado por completo, sin margen para la reinterpretación. En cambio, un
espacio flexible mantiene cierta indeterminación y una apertura que permiten
diversos usos.
Esto no significa crear plantas arquitectónicas libres indeterminadas donde
todo es posible. La flexibilidad requiere estructura, puntos de apoyo y
referencias. Se trata de un equilibrio delicado entre definición y apertura,
entre guiar la experiencia espacial y permitir que los usuarios se apropien del
espacio a su manera.
Vacíos que comunican y conectan con el entorno construido
En escultura, el vacío funciona de manera distinta, pero
relacionada. Un escultor no solo trabaja con la masa material de su pieza, sino
también con el aire que la rodea, la atraviesa y la define por contraste. El
espacio negativo de una escultura es tan importante como el positivo. En muchos
casos, son las ausencias las que dan sentido a las presencias.
Esta lección es aplicable a la arquitectura. Los mejores
edificios no solo dialogan con su entorno a través de sus fachadas, sino
también a través de los vacíos que generan: retranqueos que crean plazas,
patios que permiten vistas cruzadas y perforaciones que conectan visual o
físicamente diferentes niveles.
Me gusta pensar que cada proyecto arquitectónico es una oportunidad para
redefinir lo que entendemos por vacío. No hay una fórmula única ni una
aproximación correcta. Cada contexto, cada programa y cada clima exigen una
respuesta específica. Lo que funciona en un museo no sirve para una vivienda.
Lo apropiado en un clima cálido y seco no lo es en uno húmedo y frío.