¿Qué es la Arquitectura Según Arquitectos Famosos?

los arquitectos mas famosos del mundo

La arquitectura es una manifestación única de la actividad humana que trasciende la mera construcción de edificios. Es la convergencia de la ciencia, el arte y la técnica que configura los espacios donde se desarrolla la vida cotidiana de las sociedades. A lo largo de los siglos, la arquitectura ha evolucionado para responder a las necesidades prácticas del ser humano, pero también como expresión de sus aspiraciones estéticas, culturales y espirituales.

Esta disciplina milenaria se caracteriza por su naturaleza multidimensional. Por un lado, debe satisfacer requisitos funcionales y estructurales: los edificios deben ser estables, habitables y adecuados para su uso previsto. Por otro lado, la arquitectura trasciende estos aspectos utilitarios y se convierte en un lenguaje visual que comunica ideas, valores y visiones del mundo. Es precisamente esta dualidad la que ha generado innumerables reflexiones entre quienes se han dedicado a esta disciplina.

Las definiciones de arquitectura varían considerablemente según la época, el contexto cultural y la filosofía de cada arquitecto. Desde la antigüedad clásica hasta la modernidad, los grandes maestros de esta disciplina han aportado perspectivas distintas que enriquecen nuestra comprensión de lo que significa proyectar y construir espacios para la vida humana.

Los fundamentos clásicos: cuando todo comenzó

Si hay alguien cuyo nombre resuena cada vez que se habla de arquitectura, ese es Marco Vitruvio Polión. Este arquitecto e historiador romano del siglo I a.C. nos dejó un legado teórico que ha perdurado más de dos mil años. Para Vitruvio, la arquitectura la veía como una ciencia compleja que requería conocimientos extensos y que servía para regular todas las obras realizadas en cualquier arte.

Lo interesante de su planteamiento es que insistía en la necesidad de combinar dos aspectos: la práctica y la teoría. Decía que la práctica era una reflexión continua sobre el uso, algo que se ejecutaba con las manos para dar forma a la materia. Mientras tanto, la teoría permitía demostrar y explicar las obras mediante reglas de proporción y razonamiento. Según él, los arquitectos que solo se dedicaban a la práctica sin teoría no lograban reconocimiento duradero, y quienes solo se quedaban en la teoría perseguían sombras en lugar de cosas reales.

Esta idea de equilibrio entre teoría y práctica se convirtió en una de las piedras angulares del pensamiento arquitectónico. Vitruvio también planteó que la arquitectura debía cumplir con tres cualidades esenciales: utilidad, durabilidad y belleza. Esta tríada se conoce como la "tríada vitruviana" y ha sido citada, reinterpretada y debatida durante siglos. No se trataba solo de hacer edificios que funcionaran, sino de crear obras que perduraran en el tiempo y que además fueran hermosas.

El Renacimiento y la visión humanista

Cuando llegamos al Renacimiento italiano, encontramos a León Battista Alberti, un verdadero hombre del Renacimiento que escribió sobre arte, arquitectura y muchas otras disciplinas. Alberti tenía una visión muy particular sobre quién podía considerarse arquitecto. Para él, no bastaba con saber manejar herramientas o tener fuerza en las manos.

Alberti definía al arquitecto como alguien que conocía con certeza y maravillosa razón, que podía gobernar con la mente y el alma para dividir y organizar las obras. Esta capacidad de concebir mentalmente los proyectos antes de su ejecución era esencial. El arquitecto debía ser capaz de acomodar, mediante movimientos de pesos, conjugaciones y masas de cuerpos, todo aquello que sirviera con dignidad al uso de los hombres. Aquí vemos cómo la arquitectura se asociaba no solo con la construcción física, sino con un proceso intelectual previo.

Me parece fascinante la analogía que hacía Antonio Averlino Filarete entre los edificios y los seres vivos. Planteaba que un edificio era como un ser humano: necesitaba «comer» para vivir, es decir, necesitaba mantenimiento. Sin ese cuidado, el edificio enfermaba y moría, exactamente como le sucede a una persona sin alimento. Y, si el edificio tenía un médico, es decir, un maestro constructor que lo revisara y curara, podría mantenerse en buen estado. Esta metáfora biológica nos recuerda que la arquitectura no termina cuando se inaugura un edificio, sino que requiere atención continua.

La Ilustración y el pensamiento racional

Con la llegada de la Ilustración en los siglos XVII y XVIII, el pensamiento arquitectónico tomó un giro más racional y científico. Étienne-Louis Boullée cuestionó directamente la definición vitruviana. Para él, definir la arquitectura como el arte de construir era un error grave. Boullée argumentaba que Vitruvio confundía el efecto con la causa.

Su razonamiento era simple pero contundente: antes de construir, hay que concebir. Nuestros antepasados construyeron sus chozas después de imaginarlas. Es esa producción mental, esa capacidad de crear imágenes y conceptos, lo que constituye la verdadera arquitectura. La construcción física vendría después, como parte de lo que Boullée llamaba la "parte científica" de la arquitectura. Separaba claramente el arte de concebir de la ciencia de construir.

Carlo Lodoli, otro pensador de la época, definía la arquitectura como una ciencia tanto intelectual como práctica. Para él, se trataba de establecer mediante el razonamiento el buen uso y las proporciones de los artefactos, y mediante la experiencia conocer la naturaleza de los materiales. Esta aproximación dual nos muestra cómo la arquitectura de la Ilustración buscaba fundamentarse tanto en principios racionales como en conocimientos empíricos.

Francesco Milizia ampliaba la visión de la arquitectura al considerarla como el arte de la fabricación que tomaba diferentes nombres según sus objetos. Cuando se dedicaba a construir fábricas para la comodidad y usos de los hombres en sociedad, se llamaba arquitectura civil. Para Milizia, la arquitectura era el arte más interesante para la preservación, el confort, las delicias y la grandeza de la raza humana. La veía como base y reguladora de todas las demás artes, como formadora del vínculo de la sociedad civil, como productora de comercio y como empleadora de riqueza pública y privada.

Romanticismo y naturaleza

Karl Friedrich Schinkel, arquitecto alemán del siglo XIX, nos dejó una de las definiciones más poéticas y concisas. Para él, la arquitectura era "la continuación de la naturaleza en su actividad constructiva". Esta visión romántica establecía un vínculo directo entre el acto de construir y los procesos naturales. No se trataba de dominar o transformar radicalmente la naturaleza, sino de continuar su labor.

Gottfried Semper, por su parte, insistía en que el arte solo conocía un señor: la necesidad. Advertía que el arte se degeneraba cuando obedecía únicamente al estado de ánimo del artista o a los caprichos de mecenas poderosos. Para Semper, la arquitectura debía ser como su gran maestro (refiriéndose probablemente a la naturaleza), adoptando sus materiales según las leyes que ella determinara. La forma y expresión de las creaciones no debían depender del material, sino de las ideas que vivían en ellas.

Semper también hablaba de la importancia del entorno. El arquitecto debía tener en cuenta el contexto y lograr que el edificio se fusionara lo más posible con su ambiente. El gran secreto de la arquitectura, según él, era crear un complejo que tuviera carácter individual pero que al mismo tiempo estuviera en armonía consigo mismo y con el entorno. Esta idea de armonía contextual sigue siendo relevante en nuestros días.

El debate sobre arte y función

Eugène-Emmanuel Viollet-le-Duc, el gran teórico y restaurador francés del siglo XIX, ofrecía una definición práctica de la arquitectura como el arte de construir, compuesto por teoría y práctica. La teoría incluía el arte propiamente dicho, las reglas sugeridas por el gusto y la tradición, además de la ciencia basada en fórmulas constantes. La práctica era la aplicación de la teoría a las necesidades reales, doblando el arte y la ciencia a la naturaleza de los materiales, al clima y a las costumbres de cada época.

William Morris, figura central del movimiento Arts and Crafts, tenía una concepción más amplia. Para él, la arquitectura era la unión y colaboración de las artes, donde todo estaba subordinado y en armonía. Su concepto abarcaba todo el entorno de la vida humana. Morris decía que no podemos evitar la arquitectura mientras seamos parte de la civilización, porque representa el conjunto de modificaciones y alteraciones realizadas en la superficie de la tierra en vista de las necesidades humanas, excepto el puro desierto.

Adolf Loos, conocido por su rechazo al ornamento, tenía una visión provocadora. Planteaba que la casa debía gustar a todos, a diferencia de la obra de arte que no necesita complacer a nadie. Esto llevaba a una conclusión radical: la casa no tenía nada que ver con el arte, y la arquitectura no se contaría entre las artes. Según Loos, solo una pequeña parte de la arquitectura pertenecía al arte: la tumba y el monumento. Definía la arquitectura con un ejemplo: si en un bosque encontramos un montículo dispuesto en forma de pirámide, algo nos dice que ahí hay alguien enterrado. Eso es arquitectura.

Las vanguardias del siglo XX

El siglo XX trajo consigo transformaciones radicales en el pensamiento arquitectónico. Antonio Sant'Elia, representante del futurismo italiano, declaraba que el problema de la arquitectura moderna no era un asunto de remodelación lineal. No se trataba de encontrar nuevas formas de ventanas o sustituir columnas por elementos decorativos, sino de crear la nueva casa de manera sana, usando todos los recursos de la ciencia y la tecnología.

Sant'Elia sentía que ya no eran hombres de catedrales, sino de grandes hoteles, estaciones de tren, inmensas carreteras y puertos colosales. Debían inventar y fabricar desde cero la ciudad moderna, similar a una gran obra en construcción, ágil, móvil y dinámica. La casa moderna debía ser similar a una máquina gigante. Los ascensores debían subir como serpientes de hierro y vidrio por las fachadas. La casa de concreto, vidrio y hierro, sin pintura ni escultura, rica solo en la belleza de sus líneas y relieves, debía levantarse al borde de un abismo tumultuoso.

Kazimir Malévich, el pintor suprematista, llamaba a erradicar las referencias a Grecia y Roma. Las ciudades destruidas esperaban nuevos milagros y conclusiones teóricas. Pedía no llevar los frontispicios de las antiguas biblias, sino empujar hacia lo nuevo para que la imagen del tiempo fuera limpia.

Bruno Taut consideraba que la arquitectura asumía un papel central en la existencia humana: el de un "fin artístico" que satisfacía necesidades prácticas de forma artística. Solo cuando los deseos humanos superaban la dimensión estrictamente práctica y surgía una necesidad cualitativa del modo de vida, la arquitectura se mostraba en su verdadera esencia.

La Bauhaus y el funcionalismo

Walter Gropius, fundador de la Bauhaus, se preguntaba qué era la arquitectura en su manifiesto de 1919. La veía como la expresión cristalina de los pensamientos más nobles de los hombres, de su fervor, humanidad, fe y religión. Aunque reconocía que pocos en su época condenada entendían la naturaleza de la arquitectura que lo abarcaba y embellecía todo, mantenía la esperanza en una idea constructiva valiente y precursora destinada a satisfacer tiempos más felices.

Gropius proclamaba que el objetivo final de cualquier actividad de configuración era la arquitectura. La decoración de edificios había sido la tarea más exaltada de las artes figurativas, componentes inseparables de la gran arquitectura. Llamaba a arquitectos, pintores y escultores a aprender a conocer y comprender la forma compleja de la arquitectura en su totalidad para devolverle a sus obras el espíritu arquitectónico perdido.

Ludwig Mies van der Rohe tenía una postura clara: no reconocían ninguna forma, solo problemas constructivos. La forma no era el fin del trabajo, sino el resultado. No había forma en sí misma. La plenitud real de la forma estaba condicionada y ligada a sus tareas, siendo la expresión más elemental de su solución. Rechazaba el formalismo y la voluntad de estilo. Su preocupación era liberar la práctica de la construcción de la especulación estética para que la construcción volviera a ser lo que debería ser exclusivamente.

Jacobus Johannes Pieter Oud reflexionaba sobre las maravillas de la tecnología pero no creía que un barco de vapor pudiera compararse con el Partenón Griego. Aunque proclamaba que los artistas debían servir a la máquina, era consciente de que la máquina debía servir al arte. Tenía esperanzas en el refinamiento que el modo de producción mecánica podía dar a la arquitectura, pero temía que la admiración por lo mecánico pudiera conducir a una recaída deplorable.

Le Corbusier y la arquitectura como juego de volúmenes

Le Corbusier, probablemente el arquitecto más influyente del siglo XX, afirmaba categóricamente que la arquitectura no tenía nada que ver con los estilos. Para él, la arquitectura consistía en establecer, mediante el uso de materias primas, relaciones emocionales. Iba más allá de los hechos utilitarios. La arquitectura era un hecho plástico.

Su definición más famosa describía la arquitectura como "el sabio, correcto y magnífico juego de volúmenes bajo la luz". No tenía como único significado o tarea reflejar la construcción y cumplir una función de pura utilidad, confort y elegancia práctica. La arquitectura era arte en el más alto sentido, orden matemático, teoría pura, armonía lograda gracias a la proporción exacta de todas las relaciones. Esta era la verdadera "función" de la arquitectura.

El CIAM (Congreso Internacional de Arquitectura Moderna) institucionalizó muchas de estas ideas. Planteaban que la arquitectura presidía el destino de la ciudad, ordenando la estructura de la vivienda como célula esencial del tejido urbano. La arquitectura era responsable del bienestar y la belleza de la ciudad, con la tarea de crearla y mejorarla. Era la clave de todo.

¿Arquitectura humanizada?

Alvar Aalto ofrecía un contrapeso al funcionalismo estricto. Insistía en que la arquitectura no era una ciencia. Era y seguía siendo un maravilloso proceso de síntesis donde intervenían miles de componentes humanos. Su misión seguía siendo armonizar el mundo material con la vida. Hacer la arquitectura más humana significaba hacerla mejor, ampliando el concepto de funcionalismo más allá de los límites de la tecnología.

Este objetivo solo podía alcanzarse por medios arquitectónicos, creando y combinando técnicas para ofrecer al hombre la existencia más armoniosa posible. Aunque los métodos arquitectónicos a veces se asemejaban a procesos científicos, la investigación arquitectónica siempre estaría dominada por la intuición y el arte.

Ernesto Nathan Rogers rechazaba la idea de que la arquitectura fuera simplemente la suma de formas de un manual o el resultado de un choque sentimental. También sería absurdo esperarla de un mosaico de fórmulas especializadas que no se materializaran en la realidad espacial. Las formas eran la primera y última etapa para garantizar la vitalidad del fenómeno, y nadie estaba más cualificado que el arquitecto para asumir esta tarea significativa.

Complejidad y contradicción

Robert Venturi revolucionó el pensamiento arquitectónico con su defensa de la complejidad y la contradicción. Le encantaba la complejidad y la contradicción en la arquitectura, no la incoherencia de la arquitectura incompetente. Se refería a una arquitectura compleja y contradictoria basada en la riqueza y ambigüedad de la experiencia moderna.

Estaba a favor del desorden lleno de vitalidad más que de la unidad. Aceptaba el no-secuitur y proclamaba la dualidad. Prefería la riqueza más que la claridad de significado. Su famoso lema "menos es aburrido" era una respuesta directa al "menos es más" de Mies van der Rohe. Prefería "esto y aquello" en lugar de "esto o aquello": blanco y negro y a veces gris, en lugar de solo blanco o solo negro.

La ciudad y su arquitectura

Aldo Rossi hablaba de la arquitectura en un sentido positivo como una creación inseparable de la vida y la sociedad. Era un hecho colectivo. Los primeros hombres que construyeron casas crearon un ambiente más favorable para sus vidas, construyendo un clima artificial de acuerdo con una intención estética. Comenzaron la arquitectura al mismo tiempo que los primeros vestigios de la ciudad.

Para Rossi, la arquitectura estaba conectada a la formación de la civilización y era un hecho permanente, universal y necesario. Sus características estables eran la creación de un ambiente propicio para la vida y la intención estética. Distinguía entre la ciudad y la arquitectura de la ciudad como artefacto colectivo, y la arquitectura misma como técnica y arte ordenado y transmitido racionalmente.

La arquitectura se presentaba como una meditación sobre las cosas y los hechos. Los principios eran pocos e inmutables, pero había muchas respuestas concretas que el arquitecto y la sociedad daban a los problemas que iban surgiendo con el tiempo. La variabilidad venía dada por el carácter racional y reductor de las afirmaciones arquitectónicas.

El espíritu de las instituciones

Louis Kahn ofrecía una perspectiva singular. Para él, la arquitectura no existía como tal. Lo que existía era una obra arquitectónica, una oferta a la arquitectura con la esperanza de que esa obra se convirtiera en parte del tesoro de la arquitectura. No todos los edificios eran arquitectura.

De gran ayuda para su tarea como arquitecto era la conciencia de que cada edificio pertenecía a una institución del hombre. Tenía máximo respeto por las aspiraciones de las que habían surgido las instituciones y por la belleza de las interpretaciones arquitectónicas. El programa que recibía el arquitecto no era arquitectura en sí, era simplemente una indicación, como una receta para el farmacéutico.

Kahn enfatizaba que el programa debía transformarse: el atrio debía convertirse en un lugar para entrar, los corredores en túneles, los presupuestos en economía, las áreas en espacios. Esta traducción arquitectónica debía venir del espíritu del hombre, no de instrucciones materiales. Un edificio cuadrado construido según la plaza y la luz debía dar testimonio de esa plaza. La geometría definía el orden interno de cada obra.

¿Qué podemos aprender de los máximos exponentes de la arquitectura?

Recorrer estas definiciones es como hacer un viaje a través del tiempo y del pensamiento humano. Cada arquitecto ha aportado su visión particular, influenciada por su época, su contexto cultural y sus preocupaciones personales. Algunos han hecho hincapié en la dimensión técnica y constructiva, mientras que otros lo han hecho en la dimensión artística y estética. Algunos han priorizado la función y la utilidad, mientras que otros han destacado la capacidad de la arquitectura para expresar ideas y emociones.

Lo fascinante es que todas estas definiciones son compatibles entre sí. Más bien, se complementan y enriquecen entre sí para conformar una visión compleja y multifacética de la arquitectura. Desde Vitruvio hasta nuestros días, persiste la idea de que la arquitectura debe cumplir requisitos prácticos, estructurales y estéticos. Sin embargo, cada generación los ha reinterpretado según sus propias necesidades y valores.

La arquitectura sigue siendo ese campo del conocimiento en el que confluyen la ciencia y el arte, la razón y la intuición, la tradición y la innovación. Es un proceso mental de concepción y una actividad material de construcción. Sirve a necesidades prácticas, pero también aspira a crear belleza y significado. Responde a condiciones locales, pero también expresa ideas universales.

Lo más importante que nos enseñan estas definiciones es que la arquitectura no es algo fijo, sino un campo en constante evolución. Cada generación de arquitectos debe enfrentarse de nuevo a la pregunta de qué es la arquitectura y responder desde su propio contexto histórico y cultural. Y, en ese proceso continuo de cuestionamiento y respuesta, la arquitectura se renueva y se mantiene relevante para las sociedades que la crean.

Al final, todas estas voces nos recuerdan que la arquitectura es una forma de pensar el mundo, de dar forma a nuestros sueños y necesidades, de crear los espacios donde transcurre nuestra vida. Es, en palabras simples pero profundas, el arte de hacer del mundo un lugar más habitable, más bello y más significativo para el ser humano.

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