Grybova Hata: Una experiencia inolvidable en los Cárpatos Ucranianos
Hay lugares que te obligan a replantearte lo que significa comer. No hablo de esos restaurantes donde la comida llega en platos minimalistas con espumas y reducciones, sino de espacios donde la experiencia comienza mucho antes del primer bocado. Grybova Hata, escondido entre las montañas de los Cárpatos ucranianos, pertenece a esa categoría extraña de sitios que parecen surgidos de otro tiempo, o quizás de otro planeta.
El nombre lo dice todo: Casa del Hongo. Pero no se trata de
un restaurante temático con decoración de bosque encantado. Aquí, los hongos no
están solo en el menú; están en las paredes, en las lámparas, en los paneles
divisorios. Son arquitectura viva que crece, respira y se transforma con el
paso de los días.
Conoce más sobre: ¿Qué es la arquitectura y para qué sirve?
Un organismo que late entre platos y comensales
Cuando YOD Group recibió el encargo de diseñar este espacio,
decidieron ir más allá de lo convencional. En colaboración con la diseñadora
Dasha Tsapenko, desarrollaron un sistema de membranas biológicas a partir de
fibras de coco y cáñamo inoculadas con micelio. El resultado es tan fascinante
como inquietante: superficies que nunca terminan de estar quietas, que cambian
de textura según la humedad ambiental, que muestran distintas densidades y
transparencias dependiendo de cómo las alcance la luz.
Estas estructuras vivas conviven con materiales más
tradicionales pero igualmente honestos: yeso texturizado que recuerda las casas
campesinas de la región, piedra travertina extraída de las canteras de
Ternopil, suelos de arcilla cocida que mantienen la temperatura estable. Todo
el mobiliario proviene de talleres locales, donde artesanos moldean cada pieza
siguiendo técnicas transmitidas durante generaciones.
La disposición del espacio gira en torno a tres estaciones
gastronómicas que funcionan como islas temáticas: una dedicada a los quesos
artesanales de la región, otra a las carnes curadas y ahumadas según recetas
ancestrales, y la tercera a los destilados locales que van desde el vodka de
patata hasta licores de frutas del bosque. Entre estas islas, los comensales
circulan como si estuvieran explorando un mercado tradicional, pero uno donde
las paredes mismas parecen formar parte del ecosistema alimentario.
La cocina como extensión del bosque
El menú de Grybova Hata no podía ser ajeno a esta filosofía
integradora. Los platos se construyen con ingredientes que provienen
directamente del entorno: setas recolectadas esa misma mañana, hierbas
silvestres que crecen en las laderas cercanas, bayas que maduran según el ritmo
de las estaciones. La cocina trabaja con proveedores locales que conocen cada
rincón del bosque, cada pradera donde pastan las vacas, cada huerto familiar
que mantiene variedades de hortalizas casi olvidadas.
Pero lo realmente interesante es cómo esta cocina dialoga
con el espacio. Los cocineros trabajan conscientes de que están rodeados de
materia viva, de que el restaurante mismo es un experimento en constante
evolución. Esto se traduce en una carta que cambia no solo según la temporada,
sino según el estado del propio edificio. Cuando las membranas de micelio
alcanzan cierto punto de maduración, se celebra con platos especiales que
incluyen variedades de hongos cultivadas en el mismo restaurante.
Un refugio en tiempos difíciles
No podemos ignorar el contexto en el que surge este
proyecto. Ucrania atraviesa momentos complejos, y sin embargo, o tal vez por
eso mismo, iniciativas como Grybova Hata cobran una relevancia especial.
Representan la capacidad de un pueblo para seguir creando, para imaginar
futuros posibles incluso cuando el presente se tambalea.
El restaurante se ha convertido en un punto de encuentro
para la comunidad local y para visitantes que buscan experiencias genuinas.
Aquí se mezclan campesinos que vienen a vender sus productos, artistas que
encuentran inspiración en las texturas orgánicas, investigadores interesados en
las aplicaciones del micelio en la construcción, y turistas que simplemente
querían probar la gastronomía tradicional ucraniana y terminan descubriendo
algo completamente inesperado.
La arquitectura como ser vivo
El uso del micelio en la construcción no es completamente
nuevo. Laboratorios y estudios de diseño en todo el mundo experimentan con este
material desde hace años. Lo que hace diferente a Grybova Hata es la escala y
la aplicación práctica en un espacio comercial de uso intensivo. Aquí, el
micelio no es un prototipo o una instalación artística temporal; es parte
fundamental de un negocio que debe funcionar día tras día.
Los desafíos técnicos han sido considerables. Mantener el
equilibrio entre humedad y ventilación para que el micelio se mantenga sano sin
comprometer el confort de los comensales requiere un sistema de climatización
sofisticado pero discreto. La limpieza debe hacerse con productos específicos
que no dañen el material vivo. Incluso la iluminación está calculada para no
alterar los ciclos de crecimiento del hongo.
A cambio de estas complejidades, el restaurante obtiene
cualidades únicas. La acústica es excepcional: el micelio absorbe y modula el
sonido creando una atmósfera envolvente pero nunca agobiante. El aroma es sutil
pero presente, una mezcla de tierra húmeda y madera que te transporta
inmediatamente al bosque. Y está esa sensación difícil de describir de estar en
un espacio que no es del todo estático, que tiene su propio ritmo vital.
Más allá del experimento
Lo que comenzó como una apuesta arriesgada se ha consolidado
como un modelo replicable. YOD Group recibe consultas de todo el mundo sobre la
implementación de sistemas similares. Universidades envían estudiantes para
realizar prácticas y estudios de campo. Incluso se organizan talleres donde los
interesados pueden aprender las técnicas básicas del cultivo de micelio con
fines constructivos.
Pero quizás el mayor logro de Grybova Hata no sea técnico
sino conceptual. Ha demostrado que es posible pensar la arquitectura de otra
manera, no como algo que se impone al entorno sino como algo que crece con él.
En un momento donde la sostenibilidad se ha vuelto una palabra vacía de tanto
repetirla, este restaurante ofrece una alternativa tangible: edificios que no
solo minimizan su impacto ambiental, sino que activamente contribuyen al
ecosistema del que forman parte.
Una ventana al futuro
Sentarse a comer en Grybova Hata es participar en un ensayo
sobre el mañana. Cada textura, cada sabor, cada elemento del espacio sugiere
que existe otra forma de relacionarnos con nuestro entorno construido. Las
paredes de micelio no son solo una curiosidad; son una declaración de
principios sobre lo que la arquitectura podría llegar a ser.
El restaurante nos recuerda que durante milenios, los hongos
han sido nuestros compañeros silenciosos, descomponiendo lo muerto para crear
vida nueva, conectando plantas a través de redes subterráneas, manteniendo el
equilibrio de los bosques. Ahora, en este rincón de los Cárpatos, esa alianza
ancestral encuentra una expresión contemporánea.
Grybova Hata no es perfecto. Hay días en que la humedad es
excesiva y el ambiente se vuelve pesado. Hay zonas donde el micelio no ha
crecido como se esperaba y deja huecos que rompen la continuidad visual. Pero
estas imperfecciones son parte del encanto, recordatorios de que este es un
espacio vivo, sujeto a los mismos caprichos y ciclos que cualquier organismo.
Al final de la visita, cuando sales del restaurante y vuelves al mundo de concreto y acero, algo ha cambiado en tu percepción. Las paredes ya no parecen tan sólidas, tan definitivas. Has visto que pueden crecer, transformarse, respirar. Has probado un futuro donde la arquitectura y la naturaleza no son opuestos sino colaboradores. Y ese sabor, como el de los mejores platos, permanece mucho después de haberlo experimentado.